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Tragedias como la de Caleb Swanigan no deberían ser necesarias para recordarnos que todos pasamos por algo

Caleb Swanigan durante su primera temporada en la NBA con los Portland Trail Blazers. Foto: Abbie Parr/Getty Images
Caleb Swanigan durante su primera temporada en la NBA con los Portland Trail Blazers. Foto: Abbie Parr/Getty Images

Nadie debería morir a los 25 años. Dejar este mundo a tan temprana edad, cuando muchos apenas comienzan a descubrir la vida, es una injusticia terrible. Esto es lo que le ha ocurrido a Caleb Swanigan, ya ex jugador de baloncesto en el momento de su fallecimiento, pero cuya marcha repentina ha dejado en shock a una NBA que acababa de celebrar su fiesta de fin de curso. Sobre su deceso no han trascendido muchos detalles, y probablemente no sean necesarios. Se ha comunicado que han sido "causas naturales", signifique lo que signifique eso en un cuerpo joven de un cuarto de siglo, y la familia ha pedido privacidad. Especular, por tanto, solo hace que añadir más daño al trauma.

Como jugador, Swanigan fue una leyenda del baloncesto universitario y fondo de banquillo en la NBA. Una historia de tantas. El pívot, de 2,06 de altura, jugó dos temporadas en el prestigioso equipo de Purdue, donde coleccionó algunos premios individuales y promedió unos nada desdeñables 14,4 puntos y 10,4 rebotes por partidos. Guarismos que le abrieron el mundo del baloncesto profesional, siendo elegido en la posición número 26 del draft de la NBA de 2017 por los Portland Trail Blazers.

El salto de nivel resultó demasiado para él. Como para tantos, por otro lado. Hasta ahí, una historia más. La élite está reservada para unos pocos y, tras dos temporadas a caballo entre Portland y Sacramento, sin hacer mucho ruido, decidió no jugar más cuando, tras la pandemia, la NBA organizó una burbuja en Orlando para terminar la competición, que había quedado interrumpida como todas nuestras vidas en marzo de 2020. El jugador adujo "motivos personales" para no incorporarse junto al resto de los Blazers. Nadie preguntó mucho, pues en el fondo no dejaba de ser un jugador residual.

El destino de aquellos que, por el motivo que sea, no se pueden hacer un hueco en la NBA suele ser lo que, desde su perspectiva, llaman el baloncesto internacional. Europa para los mejores, Asia para aquellos que quieren dinero pero no esfuerzo y ligas menores repartidas por todo el mundo para los demás. Cuando en tu currículo figuran dos temporadas en la NBA, es difícil que te falten las ofertas. Sin embargo, de Swaningan no se supo nada. No hasta el pasado mes de mayo, cuando se viralizaron unas fotos suyas, con visible sobrepeso, que algunas cuentas que siguen el baloncesto utilizaron para hacer chanza.

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"¿Cómo se puede pasar en un año de estar así a estar así?", decía el texto que acompañaba a dos imagenes de 'Biggie', como era apodado. En una, en plena forma, con su uniforme de los Blazers. En la otra, tomada en la calle, con su estado de salud en aquel momento. Damian Lillard, estrella del equipo de Portland y uno de los mejores jugadores de la Liga sin discusión, saltó a defender a su ex compañero, dejando una reflexión que, tras el fatal desenlace, resuena todavía más fuerte. "Si vas a publicar esta mierda con una preocupación verdadera, está bien. Pero no preguntes 'cómo alguien puede pasar de 'esto a esto' .. Él tiene problemas claramente. Tú no sabes por qué está atravesando para llevar un cambio tan drástico. Si vas a apoyarle, hazlo. Pero no preguntes mierda cuando evidentemente se trata de una persona grande por naturaleza y está en un camino oscuro", replicó Dame.

Las palabras de Lillard ahora, claro, suenan a premonición, cuando simplemente son puro sentido común. Un recordatorio tan básico que parece mentira que se nos olvide tan a menudo: todo el mundo, absolutamente todos, están pasando por algo. Más o menos grave. Que puede evidenciarse desde el exterior o que pasa inadvertido a simple vista. Problemas de salud, dificultades económicas, miedos, complejos, preocupaciones... Una experiencia completamente universal, que sin embargo, en muchas ocasiones, a la hora de relacionarnos con el mundo que nos rodea, pasamos por alto. Especialmente en un entorno frívolo y deshumanizado como el deporte profesional.

Una infancia sin techo y con sobrepeso

Escribe Gregg Doyel en el Indianápolis Star que decir que Swanigan era pobre durante su infancia sería algo positivo respecto a las condiciones en las que estuvo viviendo. "Creció sin un centavo, sin hogar, viviendo por un tiempo debajo de un puente en Utah. Ninguno de sus cinco hermanos se graduó en el instituto. Tres terminaron enfrentándose a cargos criminales. Con el tiempo, Biggie sería el cuarto -por posesión de marihuana-", cuenta.

Además, tenía sobrepeso. Una condición con la que batalló hasta el final de sus días. La pobreza en la que se desarrolló implicó, claro, una alimentación insuficiente y de baja calidad. Tanto que a los 13 años pesaba alrededor de 160 kilos. También era muy alto, claro, lo que le sirvió para encontrar una vía en el baloncesto. Eso sí, en una batalla constante con la báscula, que perdió definitivamente el día que se alejó de las canastas.

Caleb Swanigan tuvo un paso fugaz por los Sacramento Kings. Foto: Abbie Parr/Getty Images
Caleb Swanigan tuvo un paso fugaz por los Sacramento Kings. Foto: Abbie Parr/Getty Images

Por momentos, la historia de Swanigan parecía la de una película de Holywood. La del chico sin techo que, a través del esfuerzo, superó todas las adversidades y llegó a cumplir un sueño infantil recurrente, como es jugar en la NBA. Por el camino, además, se sacó un título universitario, algo que dice mucho de su personalidad. Porque pese a que solo jugó dos años en Purdue, regresó un tercero, ya enrolado en los Blazers, para finalizar sus estudios. Hizo, en definitiva, todo lo que debía hacer. Pero claro, la realidad suele ser siempre más compleja y, sobre todo, cruel. Todos pasamos por algo y lo suyo, desgraciadamente, parece que fue más fuerte que su buena voluntad.

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