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Humberto 'Chiquita' González, el gigante de Neza que conquistó al mundo con su boxeo

Chiquita González después de su pelea de 1993 con Michael Carbajal. (The Ring Magazine via Getty Images)
Chiquita González después de su pelea de 1993 con Michael Carbajal. (The Ring Magazine via Getty Images)

Humberto Chiquita González tenía dinamita en los puños. Medía 1.55, pero pegaba como si fuera un peso completo. Explosividad, valentía y honor: estilo mexicano en su máxima expresión. No hacía falta nada en su boxeo. Y todos lo sabían: cuando estaba arriba del ring, el espectáculo era garantía. La presentación de Jimmy Lennon Jr., antes de que cada reyerta, lo decía todo: "Con ustedes: ¡El pequeño gigante de Neza!".

Oriundo de uno de los municipios más célebres de la periferia mexiquense, González entró al boxeo por influencia de su padre, que le inculcó dos pasiones: el pugilismo y la carnicería. Nunca pudo ejercer la segunda a plenitud. "Era malo, por eso no se dedicó a eso, se cortaba a cada rato", contó un amigo de la infancia en entrevista para Canal Once. Las manos de González necesitaban, más bien, vendas y guantes: sus virtudes estaban en el ring de boxeo.

Diabético, el padre de González perdió la vista —y luego la vida— antes de que su hijo llegara a las grandes ligas. No sólo legó el gusto por el boxeo a su hijo, también el apodo: su carnicería se llamaba "Chiquita", y esa estafeta empataba a la perfección con el tamaño de Humberto. Un tamaño engañoso: a golpe de vista, pocos dirían que en esa estatura había un noqueador nato. A los 23 años, en 1989, la Chiquita ganó su primer campeonato del mundo minimosca contra el surcoreano Yul Woo Lee. Lo hizo como visitante: su gallardía no entendió jamás de miedos. La estampa suya era la de un ídolo auténtico: generoso en el ring y hombre aterrizado en la vida normal.

Pero todo gran héroe necesita a un rival que otorgue sentido a sus hazañas. González encontró en Michael Carbajal, portentoso peleador mexicoamericano, a su némesis perfecto. Ambos, ágiles y de pegada brutal, revolucionaron el universo de los pesos chicos en el boxeo mundial. Las grandes noches del pugilismo no están reservadas para los pesos chicos. Le evidencia, ayer y hoy, es clara: son los peleadores pequeños los que dan más espectáculo, pero la industria siempre ha privilegiado a los boxeadores altos y fuertes en apariencia.

Más allá del prejuicio, González y Carbajal llevaron los pesos chicos a otros nivel en el ámbito económico. Su pelea del 13 de marzo de 1993, en Las Vegas, marcó un hito: fue la primara vez que dos púgiles del peso mosca protagonizaron una función de Pago por Evento. Esa noche, Humberto ganó un millón de dólares. Ningún peleador de pesos chicos había facturado esa cantidad en la historia. Y el desenlace en el ring estuvo a la altura de la parafernalia. González y Carbajal no especularon: su combate fue un derroche de salvajismo.

En los rounds dos y cinco, González mandó a la lona a Carbajal. Pero el también campeón mundial vino de atrás y noqueó pavorosamente al ídolo azteca en el séptimo asalto. González pasó el trago más amargo de su carrera entre lamentos y el reconocimiento autocrítico de que la soberbia le hizo perder piso. Para redimirse de aquella derrota aplastante, la Chiquita buscó a Ignacio Beristáin, mítico entrenador mexicano, especialista en descifrar a peleadores violentos como sin duda lo era el Manitas de Piedra Carbajal. Beristáin hizo cambios estructurales en el boxeo de González.

González y Carbajal brindaron auténticas guerras. (The Ring Magazine via Getty Images)
González y Carbajal brindaron auténticas guerras. (The Ring Magazine via Getty Images)

Si quería ganarle a Michael, tenía que contragolpear: pensar antes de pegar, ir un paso adelante, caminar con inteligencia. "Le ganó de la única manera que podía hacerlo: boxeándolo", ha dicho Don Nacho. Vengó esa derrota en dos ocasiones y volvió a reinar en el peso minimosca casi hasta su retiro, el cual llegó de imprevisto, después de perder contra Saman Sorjaturong. En total, fue monarca mundial, de la mismo división, en tres periodos distintos. Eso sí, una pelea de épica ante su paisano Ricardo Finito López quedó como deuda pendiente.

A diferencia de muchos peleadores mexicanos, que viven los días después de la gloria hundidos moral y económicamente, González supo utilizar su fortuna. Es dueño de carnicerías y salones de fiestas. Se ha convertido en un referente absoluto para una zona del país que, precisamente, está sedienta de ejemplos a seguir. Ya lo dijo Jimmy Lennon: es un pequeño gigante.

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