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Jorge "Burro" Van Rankin, el ejemplo perfecto del fanatismo ciego al América

Burro Van Rankin durante una conferencia de prensa. (Jaime Nogales/Medios y Media/Getty Images)
Burro Van Rankin durante una conferencia de prensa. (Jaime Nogales/Medios y Media/Getty Images)

El Burro Van Rankin es más americanista que Emilio Azcárraga Milmo, según él. Y habría que creerle. Pocos aficionados retratan con tanta fidelidad el fanatismo hacia Las Águilas como este actor cuyo logro más destacado es ser amigo de gente que sí es talentosa. La ventaja de Van Rankin sobre el pueblo americanista es que él goza de fama nacional, entonces nadie puede sorprenderse de la transparencia con la que acepta su enajenación. Pero, a decir verdad, sus actitudes y palabras son el reflejo de la pretendida mística que rodea al equipo amarillo.

Los americanistas, sin excepción, suelen creer que ellos adoran y veneran más a su equipo que todos los jugadores, entrenadores, directivos, y sí, que hasta el propio dueño. También hacen gala de una mentalidad ganadora que difícilmente aplican en sus vidas. Por eso prefieren verse espejados en un equipo supuestamente invencible y que tiene la “exigencia” de ganar siempre y de hacerlo jugando, más o menos, como el Barcelona de Guardiola y el Brasil del 70 mezclados y perfeccionados.

“En las finales, si el América no gana, no como en dos días”, confesó el Burro en La Última Palabra, programa de Fox Sports.

Seguramente las salas y recámaras del águila promedio están repletas de camisetas y pósters gigantes. Y, como debe de hacerlo todo americanista que se digne de serlo, nunca falta al Estadio Azteca. Desde luego que ese gasto sigue siendo mínimo en comparación con el que debe hacer el dueño del equipo torneo tras torneo, pero comprar un boleto es el pretexto perfecto en el manual del perfecto americanista para adjudicarse el derecho a exigir renuncias, decirle a los jugadores que pongan huevos y recordar las veces que sean necesarias que, sin ellos, ninguna estrella americanista comería ni traería un Bugatti.

La realidad del América, desde hace tres décadas (y tres décadas son bastante tiempo), dista mucho de la omnipotencia empaquetada en frases huecas del tipo “al América lo amas o lo odias”, el cliché preferido del americanismo en el que busca hacer gala de su importancia. Las Águilas son un equipo que gana títulos de vez en cuando. En el presente siglo, han sido campeones cuatro veces. Tigres, Pachuca y Toluca han ganado más ligas que ellos (cinco cada uno) y eso que los Diablos no son campeones desde hace doce años. Equipos como Santos y Pumas también pueden presumir los mismos campeonatos en ese lapso que el “Exigencias Futbol Club”. Por no mencionar que durante los 90 no ganaron nada.

Si solo se toman en cuenta los últimos veintidós años, América es campeón, en promedio, cada cinco años y medio. Su escudo de protección suele ser el tiempo que tardan en campeonar clubes como Chivas y Cruz Azul, pero ese recurso dista mucho de su soberbia autoimpuesta. Los equipos grandes, los de verdad, no se comparan ni usan la mediocridad de otros para ocultar los malos resultados propios. América no es el equipo más grande de México o el único grande. Es, a lo mucho, el equipo menos mediocre del país.

Diego Valdés y Jorge Sánchez en el partido del América ante Puebla del pasado sábado. (AP Photo/Fernando Llano)
Diego Valdés y Jorge Sánchez en el partido del América ante Puebla del pasado sábado. (AP Photo/Fernando Llano)

Vive del mito de ser un equipo exigente. Quizá esa premisa fue válida durante los 80, cuando el club coapeño cimentó su grandeza, pero desde hace décadas forman parte de la medianía del futbol mexicano. Su nombre sigue siendo rentable para generar polémicas exageradas, pero dentro del campo sus hazañas esporádicas no dejan de ser insuficientes para la realeza que dicen poseer.

El fanatismo del Burro Van Rankin es sintomático del verdadero americanismo. Dé eso vive y sobrevive el América, de una idea tan falsa como desgastada. En su lógica propagandística, ni siquiera han procurado nuevos lugares comunes, por eso se siguen exprimiendo aquello del “Ódiame más”. Y hacen bien en hacerlo, porque ese es el secreto de su popularidad.

A falta de resultados y con una grandeza cubierta de infinitas capas de polvo, lo único que les queda es apegarse a los mitos y a la publicidad. Sí, señores americanistas, ustedes sienten más los colores que Emilio Azcárraga. Y cómo no, si son tan exitosos como Luis Miguel solo por irle al Ame.

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