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Vivió con la ladrona de su identidad que arruinó a su familia pero se dio cuenta demasiado tarde

Cuando Axton Betz-Hamilton tenía unos 11 años, los ejemplares de una revista a la cual su padre estaba suscrito dejaron de llegar a su casa. Luego ocurrió lo mismo con las cartas. Y, por último, desaparecieron las facturas telefónicas.

La reacción de Pam, su madre, fue echarle la culpa a un joven vecino con quien mantenían una disputa por un asunto de tierras con la familia. “La gente se roba el correo de otro para hacerse de su número de Seguro Social o de la información de su cuenta. Es probablemente alguien a quien no le gustamos”, dijo.

La familia comenzó a encerrarse cada vez más en sí misma. Cortinas cerradas, cuidado al abrir la puerta de la calle… y la certeza de que solo podían confiar los unos a los otros.

“La paranoia se convirtió en una obligación, un tipo de deber retorcido para mi familia”, contó Axton Betz-Hamilton a The New York Post, a raíz de la publicación de su libro The less people know about us (Cuanto menos la gente sepa de nosotros).

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Para colmo, su madre le sugirió que el ladrón también podría llevársela a ella, por lo que Betz-Hamilton pasaba cada vez menos tiempo fuera de su casa y comenzó a tener ataques de pánico en la escuela.

Además, el dinero empezó a escasear en casa.

Los robos de identidad son más comunes de lo que la gente se piensa. Lo que es más raro es que lo haga alguien cercano. Foto: Getty Image.
Los robos de identidad son más comunes de lo que la gente se piensa. Lo que es más raro es que lo haga alguien cercano. Foto: Getty Image.

Betz-Hamilton se matriculó en la universidad de Purdue, donde encontró un apartamento barato fuera del campus. Unos días después de mudarse, recibió una carta de una compañía de servicios públicos exigiéndole dinero.

Para enterarse de lo que estaba pasando, ordenó un informe sobre su historial de crédito en el que descubrió que tenía una calificación crediticia nefasta de 380 puntos (muy baja, en Estados Unidos la mejor puntuación es de 850) y páginas de cargos fraudulentos de tarjetas de crédito y exigencias de pago de agencias recolectoras de deuda. La primera tarjeta de crédito a su nombre se abrió cuando ella tenía 11 años. Todo parecía indicar que había sufrido un robo de identidad.

Después de graduarse en tres cortos años, Betz-Hamilton obtuvo una maestría en ciencias del consumidor y ventas minoristas, y luego un doctorado en desarrollo humano y estudios familiares. Su tesis estudió el impacto que el robo de identidad tenía en los niños.

“Como un prisionero que obtiene un título de abogado tras las rejas, estudié el robo de identidad mientras trataba de salvarme de sus efectos”, contó.

Un culpable inesperado

En 2012, cuando Betz-Hamilton tenía 30 años, recibió un premio por su investigación sobre el robo de identidad infantil. Sus padres, sonrientes, acudieron a la ceremonia de premiación. Ese mismo año su madre enfermó de leucemia y murió poco después.

Unos meses después recibió una llamada de su padre. Había encontrado en casa un viejo extracto de su tarjeta de crédito y estaba consternado, ya que mostraba que su hija había acumulado una deuda enorme con solo 18 años.

La sangre de Betz-Hamilton se congeló. Sabía que había encontrado la clave para descubrir al culpable del robo de su identidad. Fue a casa de sus padres y estudió montones de documentos que su madre había ocultado a lo largo de los años. Ver la evidencia confirmó lo que le habían dicho sus instintos cuando recibió la llamada de su padre.

"Papá", le dijo. "Mamá hizo todo esto".

En el libro The Less People Know About Us, Betz-Hamilton cuenta la historia de su extraña infancia en una granja en la zona rural de Portland, Indiana, y la búsqueda de la persona que cambió sus vidas.

Durante los siguientes cinco años, Betz-Hamilton encontró documentos escondidos en las dependencias de la granja, atrapados en el fondo de carteras, en bolsas viejas, entre las páginas de los libros.

Encontró talones de pago con el apellido de soltera de su madre, pólizas de seguro de vida que había contratado pero nunca pagó, cartas de rechazo para abrir cuentas bancarias, montones de bisutería barata en toda la casa y más de 40 pares de zapatos baratos de tacón bajo la cama.

Nuevas identidades en Facebook

Pero las revelaciones más extrañas vinieron de los mensajes de Facebook de su madre.

En ellos, se dio cuenta de que había creando una serie de nuevas identidades. Le dijo a la gente de la escuela secundaria que no tenía hijos, que nunca se había casado.

También les dijo a sus amigos de su ciudad natal que su esposo había abusado de ella y que se habían divorciado. Aparentemente, estaba teniendo una aventura con otro hombre. Betz-Hamilton encontró un recibo de un anillo de compromiso que su madre les dijo a sus amigos en Facebook que el hombre había comprado para ella pero que aparentemente se había comprado a sí misma.

Lo peor de todo: descubrió que su padre había estado dando a su madre 11.000 dólares por semestre para pagar sus gastos universitarios, algo que nunca hizo, lo que provocó que Betz-Hamilton terminara sus estudios con una deuda de 100.000 dólares.

Al final, Betz-Hamilton se dio cuenta de que su madre había defraudado a su padre, a ella y al padre de su padre por una suma aproximada de unos 500.000 dólares. Lo más raro era que no está claro en qué se lo había gastado. "Eso es lo que es tan extraño", dice ella. "La mayoría se desvaneció en el aire".

Una psicópata

Betz-Hamilton cree que su madre probablemente era una psicópata. La señala sonriendo ampliamente a su lado en la foto del día que ganó su premio en 2012 como evidencia. "No hay ningún indicio de culpabilidad en su rostro ... y tenía que haber sabido lo que íbamos a descubrir", dijo Betz-Hamilton a The Post. "Mentir sin problemas durante tantos años y ser una maestra de la manipulación... eso es lo único que puedo pensar de ella".

Su padre, sorprendido por la noticia, al principio no lo creía. Durante años, le había entregado a ciegas efectivo a Pam, asumiendo que ella estaba pagando las facturas de la familia.

A los 65 años, ahora ve su matrimonio con Pam como un capítulo cerrado, dice su hija. Todavía trabaja como gerente de producción, tiene gravámenes sobre sus vehículos porque Pam no pagó impuestos durante años, su fondo de jubilación se redujo y su crédito es terrible. Pero también tiene una novia y es más feliz que nunca, dice Betz-Hamilton.

Mientras tanto, Betz-Hamilton, ahora de 37 años y profesora en la Universidad Estatal de Dakota del Sur, ha restaurado su crédito y mantiene las cenizas de su madre en la repisa de la chimenea.