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La rusificación del poder: ¿emerge con Xiomara Castro una nueva aliada de las nomenclaturas latinoamericanas?

Ya es prácticamente un hecho que Xiomara Castro será la primera presidente mujer elegida en la historia de Honduras. En términos culturales es un avance significativo en que implica respecto a la inclusión de géneros en el poder por parte de la sociedad hondureña y centroamericana.

La esposa del ex mandtario Manuel Zelaya tiene una ventaja de veinte por ciento en los escrutinios.
Xiomara Castro es ya la virtual próxima mandataria de Honduras.

Pero no es un dato menor que Xiomara Castro es, también, la esposa de Manuel Zelaya, un terrateniente adinerado de Honduras y expresidente que fue depuesto por un golpe militar en 2009 luego de intentar emular las políticas de Hugo Chávez, quien entonces era presidente de Venezuela.

Xiomara Castro logró interpretar el malestar de los electores hondureños frente a las impopulares medidas del gobierno actual, sin especificar muy bien cómo estructuraría una política de subsidios con la que promete soliviantar la golpeada situación de la economía ciudadana hondureña.

No es demasiado forzado hacer la analogía entre el tipo de liderazgo que ofrece Castro, su sociedad con un ex presidente populista y el regreso a la presidencia de un grupo que ya estuvo en el poder.

Pero no es la primera vez que pasa, ni tampoco Honduras es el primer lugar en el que se registra. Por el contrario, es un fenómeno que recorre la región latinoamericana. Clanes, familias, nomenclaturas que se hacen del poder con el propósito de eternizarse, bien sea de manera definitiva o intermitentemente, desplazando la alternatividad que supone la democracia, y mostrando un signo tribal/caciquista de nuestras sociedades, a las que las formas democráticas llegaron en realidad hace apenas décadas.

La rusificación del poder

Las nomenclaturas del poder latinoamericano son de izquierda y de alguna u otra manera están ligadas a la revolución castrista, se eternizan en sus gobiernos nacionales tanto como pueden, o vuelven en cuanto les es permitido para esta vez, sí, quedarse a como dé lugar, después de haber salido.

Entran a través de la democracia, pero luego la disminuyen o la acaban, si eso es lo que cuesta atornillarse en el poder.

Los Castro y su grupúsculo ya tienen más de 60 años apoderados de Cuba. Los Ortega tienen 16 en Nicaragua, sin contar una presidencia anterior. El chavismo tiene ya 23 años de su llegada al mando en Venezuela. Los Kirshner, con intermitencia, han permanecido en el ejecutivo argentino desde 2003. Lo mismo pasa con Evo Morales, instalado en la presidencia desde 2006 y echado por haberse robado una elección que ni constitucional era, fue perdonado por su propia gente en el poder, y mantiene algunos hilos detrás de la institucionalidad. Tanto, que la presidenta interina que condujo a Bolivia a una nueva elección, Jeanine Añez, ahora, encarcelada, está presa y está siendo nuevamente procesada por haber asumido indebidamente esa función.

Y hay más. Lula amenaza con franqueza su deseo de retornar al poder, después de haber sido presidente y haberse quedado en el círculo del poder durante el mandado de Dilma Rouseff. En una entrevista reciente, se ha dado el lujo incluso de justificar públicamente la eternización de las nomenclaturas latinoamericanas, comparando los 16 años en el poder de Daniel Ortega en Nicaragua con los de Angela Merkel en Alemania, como si Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, que funge de Vicepresidenta, no hubiesen ilegalizado partidos, apresado candidatos y expropiado todo medio que le fuera cuestionador y haberse atornillado con unas elecciones que no fueron más que un artificio.

Muchos apostarían a que, pueda o no, a López Obrador no le faltan las mismas ganas. Recientemente tuvo un giro de simpatías con las fuerzas militares, a quienes otorgó un inusual aumento de salarios en la nación azteca, que fue públicamente agradecido con un saludo en un desfile militar que hacía vítores al mandatario.

Todos estos grupos están entrelazados y se apoyan entre sí, con tajante solidaridad automática y sin que la medida de la democracia, los derechos humanos o las libertades ciudadanas medie en la cooperación.

En la foto: Evo Morales, Manuel Zelaya, Daniel Ortega, Hugo Chavez and y Rafael Correa.
En esta foto de 2009, los entonces presidentes de Bolivia, Honduras, Nicaragua, Venezuela y Ecuador. Los grupos de poder se mantienen en Bolivia, Nicaragua y Honduras, y con el triunfo por confirmar de Xiomara Castro, regresaría también el de Honduiras.

Podemos ver a los representantes de la dictadura cubana celebrando la independencia en México, al gobierno argentino abstenerse de condenar la barbaridad de los Ortega en los fraudulentos comicios nicaragüenses, y a varios de ellos esgrimir que lo que ocurre en Venezuela es un problema de los venezolanos, con muchas ganas de que la dictadura de Maduro no sufra con su indiferencia.

Es una suerte de "rusificación" de Latinoamérica: zares, caciques, grupos que se apropian del poder fáctico trampeando la democracia, con capitales privados aliados, cercenando libertades de todo tipo (de prensa, de opinión, de empresa, de diversidad política). Se adueñan de la justicia, de las instituciones, de los sistemas electorales, y hacen lo que haga falta para instalarse indefinidamente: apresan gente, mandan al exilio, cierran medios, rompen relaciones internacionales. Lo intentan tanto como se atreven, y llegan tan lejos como la sociedad se los permita. Es un estertor modernizado del siglo XIX.

La incógnita

A pesar de ser la esposa de Zelaya, Xiomara Castro tiene un historial propio que nos permite mantener abiertas las expectativas sobre cuál será su proceder al convertirse en gobernante (los escrutinios no han terminado, pero tiene una ventaja de 20 puntos ya).

Nacida en Tegucigalpa en 1959, Castro estudió administración de empresas antes de casarse con Zelaya y trasladarse con él a su ciudad natal en el departamento rural de Olancho, donde se dedicó a criar a sus cuatro hijos y a causas sociales mientras Zelaya, miembro de una de las familias más prominentes de la zona, ascendía en la escala política.

La incógnita está por despejarse.
Xiomara Castro y Manuel Zelaya hacen juntos campaña.

En 2005, Castro saltó a la fama nacional durante la exitosa campaña de Zelaya a la presidencia. Como primera dama, ayudó a supervisar los programas de bienestar social de la administración. Pero fue en 2009, tras el golpe de Estado respaldado por los militares, cuando se convirtió en una fuerza política por derecho propio, ganándose la admiración de muchos compatriotas que atestiguaron su liderazgo en el movimiento de protestas de calles que luchó por el regreso de Zelaya al poder.

Pero no es un exceso que los analistas sean capciosos con el regreso de una misma familia a la presidencia, un seno de aliados que ya tiene un tejido de apoyos previos.

Será una expectativa que, ya expresada la voluntad del soberano hondureño, sólo el tiempo sabrá despejar: si Castro gobierna para construir una mejor Honduras o si, como el resto de las nomenclaturas, prioriza que el círculo al que pertenece, apoyado por el resto de los gobiernos aliados, conserve el poder de manera indefinida.

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